Escritura y tradición oral: Herramientas transformadoras

Ilustración por Andrés Cruz.

Guapí, Tumaco, Palmira, Buenaventura, Timbiquí y así hasta nombrar 174 municipios y ciudades que conforman los 4 departamentos del Pacífico colombiano. 174 centros urbanos que han protagonizado, lastimosamente, diversos episodios de guerra.

Por su frontera con Panamá y Ecuador; por su clima cálido y altamente productivo para realizar cultivos de coca y marihuana; por sus recursos naturales que extraen ilegales; por su poca presencia de entidades del Estado; por la histórica presencia de todos los grupos armados; y por las pocas y difíciles ofertas de empleo y educación, para muchos, el Pacífico es un territorio de problemas.

Y sí, los antecedentes ya mencionados hacen referencia a lo que ha sido la guerra en esta parte de Colombia, pero resulta injusto no resaltar, recordar y exigir la protección de todas las otras muchas cosas buenas que pasan allí:

Territorios altamente productivos para cultivos como plátano, arroz, café, cacao, caña de azúcar, etc; variedad de pesca en ríos y mar; entrada y salida comercial; alta y rica presencia de culturas afrodescendientes e indígenas; mucho ingenio en sus pobladores para sobreponerse a todo tipo de adversidades y ciudadanos que nunca se rinden por sus comunidades.

Ciudadanos que hoy, para este artículo, se llaman Arnulfo Cuesta en Guapí y María de los Ángeles en Cali, los protagonistas de estos gritos de esperanza: 

Arnulfo nació en Palmira, Valle del Cauca, pero toda su vida ha estado ligada al activismo y liderazgo comunal de Guapí, Cauca. Aunque su mamá lo bautizó Arnulfo, ella misma ha insistido durante toda su vida en que se le reconozca como “Nito”, pues en palabras de él, su mamá nunca lo ha llamado por su nombre.

Guapí es para Nito el mejor lugar para vivir en el mundo. Lo dice serio y tajante porque cree que su municipio, el cual tiene entre su extensión la famosa isla la Gorgona, aquella que entre 1960 y 1983 fue una cárcel y hoy es uno de los destinos turísticos marítimos más importantes del país, tiene la capacidad de sobreponerse a las dificultades a partir del trabajo, el ingenio y el amor propio de los guapireños.

Nito no se auto-reconoce como líder social, pero su actividad así lo define, pues desde muy pequeño, en el año 1986 junto a algunos compañeros creó Juco de Agro- Juventud Conquistadora del Agro, una organización que tenía como objetivo garantizar una política alimentaria para los pobladores.

Como Nito, en el sur del país, en Tumaco, Nariño, vivió por algo más de un año María de los Ángeles Angulo Escobar, una mujer sonriente, alegre, valiente y como decimos coloquialmente: verraca.

María es hija de una caleña y un tumaqueño, y para ella recordar su vida en “La Perla del Pacífico” resulta una tarea sencilla, pues era muy feliz y libre jugando con los animales, trabajando con sus abuelos en la agricultura y la pesca, dejando las puertas abiertas de par en par en su hogar porque como recuerda ella: “Nos cuidábamos entre todos y nunca pasaba algo malo”.

En Tumaco adquirió el amor por la naturaleza, las juventudes y la vida, pero su activismo por defender todo aquello de lo cual se enamoró, lo ha realizado por más de 5 años en barrios de escasos recursos en Cali, Valle del Cauca.

María es una mujer convencida en que se debe trabajar con los niños, por esto, con su profesión como contadora, creó en compañía de algunas amigas la Fundación EL Monta Imbil, una organización que tiene como misión contribuir el desarrollo y bienestar de los niños en la comuna 13 y 15 de Cali con procesos de liderazgo, educación, alimentación, entretenimiento y diversión.

Su salida de Tumaco no estuvo relacionada con el accionar de los grupos armados en los 90’s o los 2000’s, en realidad se tuvo que trasladar por decisiones familiares, y aunque la violencia no la tocó en el sur del país, su liderazgo ha estado amenazado frecuentemente en la capital del Valle del Cauca. 

Se resiste con amor, trabajo y tradición oral: 

En la zona rural del municipio de Guapí, la comunidad está organizada entre distintos Consejos Comunitarios, cada uno de ellos es liderado por un convitero, una persona que como dice Nito, se encarga de declamar y hacer defensa del territorio.

Con esta metodología de liderazgo, Nito ha ganado un reconocimiento histórico, pues en reiteradas ocasiones ha trabajo con ellos en procesos de tradición oral, defensa del territorio, conservación de la cultura y creación de estrategias para defensa de la vida y sus costumbres.

Nito resalta lo importante que ha sido para la comunidad el hecho de que los pobladores frecuentemente creen décimas: composiciones que realizan para expresar sus sentimientos ante situaciones de violencia, desigualdad, inconformidad, corrupción, pero también cuando hay nuevas decisiones de orden, liderazgo y soluciones a aspectos de desarrollo.

Los conviteros en las veredas suelen escribir, crear décimas, declamar ante los habitantes, Nito no realiza estos ejercicios, pero basta hablar con él para distinguir sus amplias habilidades en la conversación y convocatoria en las comunidades negras. Es tal el nivel de conocimientos y experticia, que actualmente está escribiendo un ensayo que titula:

“Transformaciones, lucha y revolución del hombre negro en el continente Americano”.

“Busco cuestionar al hombre negro, revindicar que antes de la venida de los españoles ya había en América negros, pero también busco reflexionar sobre cómo históricamente hemos hecho procesos de lucha y resistencia”, aseveró Nito.

En el año 1991, Nito fue protagonista de un proceso de lucha y resistencia, cuando él junto a la organización Juco de Agro enviaron el llamado “Telegrama Negro”. Un escrito que buscaba garantizar la participación de las comunidades negras en la Constituyente, pues como recuerda Nito, en este proceso el único negro que participaba era Maturana, el ex técnico de la Selección Colombia, quien para la región no representaba los intereses de las comunidades afros.

Igualmente, Nito y la organización Junpro, lideraron procesos de convocatoria y exigencias para que ley 70 se hiciera realidad.

Mientras Nito emplea su tiempo, conocimientos y energía al trabajo de las comunidades afros, María de los Ángeles ha estado motivada y concentrada en trabajar con menores de edad, como ella asegura “si no trabajamos por nuestros niños, el mañana lo tenemos en veremos”.

Aunque su tiempo lo gasta principalmente en el trabajo como contadora, su verdadera pasión y motivación se ha centrado en trabajar con las juventudes afros de los barrios marginales de Cali. Allí, junto a algunas amigas, se ha empeñado en recolectar de distintas formas apoyo de los pobladores para llevar mejores condiciones de salud, educación y diversión a los niños.

Entre los programas que más llaman la atención de su Fundación, se encuentra la estrategia de compartir con los menores las tradiciones orales. Todo empezó en una reunión de la Asociación de Mujeres Afro, organización de la cual hace parte y con la que lleva más de 5 años de activismo. En este espacio conoció a Miríam Díaz, una mujer que convocó 11 autoras para escribir el libro “Voces Ancestrales” y quien se destaca por su talento para declamar. 

María de los Ángeles recuerda con una gran sonrisa como su vida cambió al descubrir el poder que tenía ella y su comunidad para transmitir mensajes a partir de la tradición oral y escrita, pues si bien ella había conocido este poder en su familia, principalmente en sus años de vivencia en Tumaco, era un arte que había abandonado.

“Ahora con la cuarentena no hemos podido volver a hacer esos encuentros, pero a los niños en general les gusta mucho que uno les cuente historias, que les lean libros, que escriban con ellos (…) Nunca voy a olvidar cuando vino Miriam a la Fundación y declinó, para los niños eso era algo impensado, no era posible que una mujer negra tuviera semejante poder de voz, convocatoria, capacitación, fortalecimiento y empoderamiento”, aseveró María de los Ángeles.

Por esta experiencia, María se puso como objetivo no permitir que esta tradición oral y escrita muriera en las juventudes, no podría permitir que sus niños, hijos de familias negras, perdieran el poder de la tradición oral que en muchas ocasiones ha salvado a los pueblos afros del olvido. Por esto, a partir de ese día, María incluyó en su Fundación programas de tradición oral y escrita.

Las temáticas más frecuentes que se encuentran en las composiciones orales y escritas son el machismo, racismo, desigualdad social y violencia, pues como María de los Ángeles asegura “Aunque yo estoy en Cali, el conflicto llegó y vive acá”.

Basta recordar una experiencia que para ella era frecuente pero no dejaba de ser dolorosa, todos los días en los barrios donde trabajaba, veía frecuentemente que personas con distintos intereses y objetivos se acercaban a los niños para llevarlos a grupos armados, desaparecerlos o venderlos. Ella, junto a su fundación, empezó a trabajar para cuidar las juventudes de la ciudad.

Historias como las de María de los Ángeles y Nito, demuestran que el pacífico colombiano, un lugar golpeado por la violencia, está habitado por hombres y mujeres afros que tiene como único objetivo defender la vida. Algunos lo hacen desde el activismo, la comunicación, el derecho, la política, María de los Ángeles y Nito, le apuestan a rescatar las costumbres de sus comunidades en funcionamiento a las exigencias de sus pobladores.

No importa si están en las ciudades o en la zona rural, no importa si están en Chocó, Valle del Cauca, Cauca o Nariño, no importa si son afro, indígenas o blancos, en el Pacífico colombiano, siempre encontrarás proyectos y personas que viven para los demás, que tienen como único objetivo cambiar su entorno, porque como dice María de los Ángeles:

Debemos cansarnos de la queja y volvernos la solución”.

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