Aclaración: El trabajo que estás próximo a leer hace parte de la primera investigación del portal periodístico Construyendo Democracia, Maestro. La totalidad de la investigación se estará publicando a lo largo de octubre 2020 con tres entregas semanales.
Ilustración por: Andrés Cruz / @CruzoDesign
En la Universidad Nacional confluyen diferentes historias, ideologías, estratos, costumbres, sueños, tristezas, grupos sociales, etc. Dentro de esta variedad de personalidades encontramos a Manuel y Esperanza. Dos personajes que a través de sus relatos ilustran dos verdades de lo que ha sido el conflicto armado en Colombia.
Los perfiles de estas dos historias están divididas por etapas de vida como: estudio, conflicto armado y Universidad Nacional. Es importante aclarar que contamos con fotografías de Manuel Bolívar, mientras que Esperanza es representada por medio de la ilustración y su nombre es cambiado por motivos de confidencialidad.
Manuel Bolívar es el actual jefe de prensa del partido Fuerza Alternativa del Común (FARC) quien no solo está estudiando en la Universidad Nacional, sino que lo hizo en el año 2000, cuando decidió dejar su tradicional vida para ser parte de la guerrilla. Se reconoce como un hombre de pueblo, “un ser de lucha”, como dice él. Su mirada está siempre fija, su hablar es fluido, nutrido de referentes históricos y académicos.
Esperanza, quien es egresada de la carrera de Antropología nos manifestó que quería contarnos cómo pasó 6 años en la Universidad Nacional sin hacer público que su papá hace parte de los 58.676 desaparecidos que registra Unidad de Víctimas hasta diciembre 2019, o los 82.998 casos que reporta el Centro Nacional de Memoria Histórica hasta noviembre 2017. Esperanza se reconoce como una persona crítica, quejona, grosera y fría, pero basta hablar con ella para notar que es una persona fuerte, resistente, alegre y esperanzadora.
Infancia y estudio:
La infancia de Manuel Bolívar se desarrolló en Tabio, Cundinamarca. La familia la componía su hermano y su mamá. De su papá no hubo nunca respuesta: “Como al año que yo nací, ella (mamá) quedo soltera por las practicas machistas que se reproducen constantemente en este país”, afirma.
Con sus estudios adquirió sólidos conocimientos en literatura, filosofía y ciencias sociales en general. Hasta de teología adquirió principios: “En algún momento de mi vida pensé en ser sacerdote, porque yo veía la religión como una actividad política”, señala.
Manuel, a quien su mamá lo llamó Omar Alberto Navarro Díaz, estudió en dos colegios de Cundinamarca, uno ubicado en Tabio donde hizo primaria y otro en Cajicá, donde hizo bachillerato; ambos de buena calidad, reconoce.
Esperanza nació en Bogotá. Su familia la componían sus dos hermanos, uno mayor y uno menor. Su papá hacía parte del Ejército Nacional de Colombia, allí conoció a su mamá, quien estaba en la Institución en la parte administrativa. Aunque es de Bogotá, su vida ha estado desarrollándose en varias partes de Colombia: Ibagué, Villavicencio, La Guajira, Medellín. Algunos lugares por obligaciones del trabajo que tenía su papá, otros por obligaciones de su propia carrera profesional.
Con los constantes traslados de ciudades pasó por diferentes colegios en los departamentos de Antioquia, Boyacá y La Guajira, este último fue donde finalizó su bachillerato académico. Antes de ingresar a la Universidad Nacional, hizo un preparatorio para iniciar su formación profesional. Quedó en el segundo grupo en los exámenes de admisión y sin pensarlo mucho, escogió Antropología.
Esperanza recuerda que la Universidad del Norte le otorgó una beca del 50 % para estudiar lo que ella quisiera, pero no pudo aceptar porque la situación de su familia no era estable monetariamente. Ante la ausencia de su papá, fue su hermano mayor quien tuvo que responsabilizarse del sustento económico.
Conflicto armado colombiano:
Manuel al finalizar su bachillerato tuvo que rendir cuentas al Estado, no pudo pagar la libreta militar y se fue a prestar servicio. Los primeros 6 meses fueron en el Batallón Cantón Norte, donde se capacitó y lo enviaron al circo, “una compañía de inteligencia psicológica de la Institución”, como dice Manuel.
Haciendo parte de esta sección del Ejército, iba a distintos municipios de Cundinamarca golpeados por la guerra para hablar con los campesinos. Les preguntaba sobre cómo estaban las cosas, si los cultivos iban bien, y al finalizar, cuando lograba tener algo de confianza con ellos, les hacía la pregunta que esperaban sus mayores: ¿qué ha pasado con la guerrilla?, ¿sabe algo de ellos?, ¿han estado por acá?
El Ejército Nacional de Colombia también es protagonista en la vida de Esperanza, como ya se manifestó, su papá hacía parte de este cuerpo armado, “Creo que llegó a ser suboficial”, recuerda.
A ciencia exacta Esperanza no conoce cuales eran las funciones, obligaciones, condiciones y detalles del trabajo de su papá. En parte, porque él era muy reservado con su familia por cuestiones de seguridad, y por otra parte, porque el 25 de octubre de 2006, cuando ella tenía 11 años y cursaba sexto de bachillerato, a su papá lo desaparecieron.
“Él solía viajar, él solía estar algunos meses fuera de casa porque debía cumplir obligaciones de su trabajo, me mencionaba algo de estudios de seguridad, que era un investigador privado”, narra Esperanza.
Es importante aclarar que si bien el papá de Esperanza hacía parte del Ejército, para 2006, cuando sucedido el hecho que dividió la historia de la familia en dos, él ya se había retirado de la Institución.
“Me acuerdo mucho que una noche yo estaba acostada con mi mamá, cuando él llegó y me dijo que me fuera para mi cuarto. Al día siguiente mi hermano y yo nos fuimos a estudiar, como era miércoles mi mamá iba a la iglesia cristiana a hacer oraciones. Ella le dejó servido el desayuno a mi papá y cuando volvió él no estaba (…) así pasaron varios días, mi tía cumplía años y él no lo llamó, ahí se empezó a buscarlo porque no era normal que él no estuviera en esa fecha”.
Esperanza recuerda que pasaron varias semanas hasta que su mamá le contó lo que había pasado con su papá. “Un día yo llegué a casa y recuerdo que iba entusiasmada porque en el colegio estaban organizando para que nosotros fuéramos a Divercity, entonces yo le pregunté a mi mamá si me dejaba ir. Ella estaba llorando y me dijo:
– A su papá lo desaparecieron
“Yo no entendía qué pasaba y mi reacción fue decirle:
– ¿Entonces no puedo?”. Cuenta Esperanza.
Aunque Esperanza no era consciente de lo qué significaban exactamente esas palabras, sabía que era malo. Vivir el momento como niña y como adulta sigue teniendo un impacto importante para ella, pues cuando contó la historia, empezó por su recuerdo de infancia y luego dijo “ahora la versión de los adultos”:
“Mi mamá, mi tía y mi abuela se fueron a los pocos días de la desaparición a los llanos orientales a preguntar por mi papá, allá les dijeron: No sigan buscando si no quieren que les pase nada”.
Después vino todo un trámite con la Fiscalía y otras Instituciones como la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desparecidas (UDPD), pero en 14 años de ausencia de su papá, no ha habido ningún tipo de respuesta y por el contrario, mucha revictimización.
Manuel una vez finalizó su servicio militar ingresó a la Universidad Santo Tomas de Bogotá. Había llegado hasta quinto semestre de Comunicación Social y Periodismo, cuando decidió iniciar otra carrera al tiempo, se trataba de Sociología. Aunque lo intentó en la universidad privada, los recursos económicos no permitían pagar dos carreras profesionales, así que se presentó a la Universidad Nacional, fue admitido y empezó su estudio simultaneo de dos carreras.
Manuel siempre ha sido un hombre inquieto y crítico, por estas razones hizo parte de ‘Juventud Comunista’ entre los años 1998 y 2000. Cuando ingresó a la Universidad Nacional dejó el ‘Partido Comunista’ y formó un grupo de estudio llamado ‘Juventud América’. Ahí hizo activismo social y político hasta que lo contactaron personas de las FARC para ser parte del Partido Comunista Clandestino Colombiano (PC3), desde este ingreso, escogió ser llamado Manuel y no Omar, nombre que su mamá le había dado.
“En el 2001 ingresé al partido y de una vez tuve que ir a la guerrilla a conocer, no a quedarme. Eso se hacía para conocer quien es uno. Estar como militante en el partido y que no lo conozcan en la guerrilla no era posible (…), entonces usted iba a que lo conocieran como soldado de la revolución, porque se tenía que generar lazos de unión, fraternidad y lucha”, afirma Manuel.
Cuando Manuel señala que iba a la guerrilla, se refería a las zonas rurales donde hacía presencia el grupo armado. Según él, para aquel entonces la guerrilla estaba muy cerca a Bogotá y bastaba con ir a la Represa del Guavio. Entre la ciudad y la zona rural estuvo yendo y viniendo aproximadamente un año, hasta que se juntaron 3 razones para que dejara su cotidianidad e ingresara definitivamente a la guerrilla:
“Primero el DAS me amenazó. Segundo se puso muy peligroso, empezaron a hacer muchos retenes de la Policía y el Ejército (…) y por otro lado, yo cada vez que iba al monte me gustaba más la vida militar, desplazarme de un terreno a otro, hacer estrategias militares, marchar, todo eso a mí me gustaba. Cuando se reunió todo eso pues bueno… decidí quedarme a vivir en el monte”.
Universidad Nacional:
Con la firma de los acuerdos de paz entre la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Estado colombiano en la Habana, Manuel se reincorporó no solo a la vida civil, sino a la Universidad Nacional. Los 5 semestres que hizo previamente al ingreso de la guerrilla fueron validados y le permitieron que actualmente este cursando el séptimo semestre.
Manuel recuerda que cuando llegó a la primera clase decidió presentarse como ex guerrillero de las FARC, algo que ha causado distintos tipos de acercamientos por parte de sus compañeros y profesores. Algunos por curiosidad lo contactan, otros investigan con él conductas de la guerrilla como “la masculinidad en la guerrilla”, e incluso un profesor lo suele invitar a sus clases.
“Yo creo que ha sido muy chévere para la Universidad, porque es tener la posibilidad de escuchar a una persona que fue guerrillera y que fue y hace parte de la Nacional, entonces eso me parece que se ha sabido valorar (…) yo en lo que puedo ayudo”, afirma Manuel.
Por su parte, Esperanza ya se graduó pero recuerda como en los 6 años que pasó por la Universidad Nacional solamente les contó a dos amigos muy cercanos la situación de su papá. Esperanza afirma que lo hizo porque necesitaba poder conversar del hecho y poder tener un tipo de tranquilidad, soporte y apoyo. Sin embargo, no le gusta contar mucho su historia porque asegura que en ocasiones esta situación ha hecho que se dirijan a ella de una manera diferente.
A Esperanza le pregunté si sentía que la Universidad Nacional era un espacio en el que se podía generar reconciliación en el marco del conflicto armado colombiano, ella dice que sí, pero que hay mucha diferencia entre quienes conforman la Institución y quienes la dirigen.
En este orden de ideas, si bien la Universidad Nacional representa para Esperanza un espacio de pensamiento, desarrollo y formación, ella tiene una posición muy crítica frente a las políticas que rigen la educación dentro de la institución. Esperanza no descarta que muchas personas a las cuales les han asesinado, secuestrado, desparecido o cualquier otro tipo de crimen de lesa humanidad a sus familiares, estén pasando por la misma situación que ella.
“Yo me atreví a contar esta historia con ustedes porque quiero dar mi granito de arena para que mi situación no la viva nadie más, si mi historia ayuda a otras personas, cuento mi historia, pero no quiero divulgar mi nombre porque ya mi situación como víctima del conflicto es algo que quiero mantener en reserva para no verme señalada en algunas ocasiones”, afirma Esperanza.
Hace poco nombramos que Esperanza ha sido revictimizada en múltiples ocasiones, una de ellas fue generada por los directivos de la Universidad Nacional. Si bien este centro académico es público, los estudiantes deben hacer pagos de matrículas con tarifas diferenciadas, pero en algunas ocasiones las cifras no son tan bajas y Esperanza durante un semestre casi no logra realizar el pago de su estudio.
El hecho de no poder costear sus estudios tranquilamente evidencia cómo para ella la desaparición de su papá ha dejado un vacío sentimental y económico en su hogar. Esperanza afirma que era su papá el encargado de llevar dinero para el sustento de la familia, pero desde su ausencia, ella, sus hermanos y su mamá han tenido que cambiar su vida para generar recursos que les permitan suplir sus necesidades básicas como salud, alimentación y educación.
En este escenario, Esperanza intentó solicitar algún tipo de apoyo financiero a la Universidad Nacional por la situación de su familia, pero le dijeron contundentemente:
“Si ustedes tienen una casa como no van a ser capaces de pagar la matricula”.
La casa a la cual se referían es un regalo que les dejo su papá hace 15 años, quien la compró cuando se retiró del Ejercito Nacional. Sin embargo, para Esperanza esta casa no significa la solvencia económica que puede representar para la parte administrativa de la Universidad, sino un espacio que si su papá no hubiera dejado, habría representado muchas más dificultades en sus condiciones de vida.
“Además pasa algo, antes de que pasara lo de mi papá, una vez fuimos a visitar a nuestra familia, cuando regresamos a nuestra casa nos habían robado, entonces mi papá inició una serie de denuncias porque la casa hace parte de un conjunto residencial, entonces no era posible que la administración no haya garantizado la seguridad que se estaba pagando. Como no nos daban respuesta, mi papá empezó una protesta con el no pago de la administración y esa situación sigue hasta hoy”, cuenta Esperanza.
Para Manuel la Universidad Nacional es un espacio de reconciliación, prueba de esto es una clase en la cual él junto a algunos compañeros que son víctimas del conflicto desarrollaron un proyecto en conjunto para la clase “Sociología en Derechos Humanos”.
“Fue una experiencia muy bacana, fue un trabajo muy experiencial, ellos contaron sus historias como víctimas y yo conté la mía como guerrillero, el trabajo se llamó: ‘¿Cómo era ser víctima y estar estudiando en la Universidad Nacional?’”, recuerda Manuel.
A Manuel la Universidad Nacional le aceptó después de 15 años su avance académico de los primeros semestres (los que había adelantado en el año 2000 y 2001). Mientras que a Esperanza en un semestre que no tenía la suficiente tranquilidad económica para pagar su matrícula, la Universidad Nacional le cerró todo tipo de ayuda.
Manuel se considera un combatiente de las FARC, pero ahora como militante del partido político, asegura que la resistencia y la lucha que emprendió con la guerrilla siguen estando, pero ahora la desarrollará desde el liderazgo, el activismo y el periodismo, una de sus más grandes pasiones.
Esperanza sufrió hace poco una accidente que limita su vida cotidiana, pero ella sigue soñando en que Colombia sea un país en el que las personas que son catalogadas como víctimas, no sigan siendo revictimizadas. Espera que en algún momento las políticas que para ella no han representado tranquilidad en su condición de vida como educación, salud y justicia dejen de ser planificación y sean realidad.
“Todo suena muy bonito en el papel, pero en la realidad es una mierda”, afirma Esperanza.
Manuel y Esperanza vivieron y siguen viviendo las consecuencias de la guerra, uno de ellos tomó las armas como respuesta a sus deseos de generar cambios, pero hoy entiende que la violencia no funciona y el camino es otro. Esperanza desde los 11 años ha sido víctima del conflicto armado colombiano sin saberlo, ahora trata de desarrollar su vida a partir de la educación y el trabajo, pero cree que aún falta mucho por hacer, desde tener respuestas exactas sobre su padre y generar mucha más empatía y justicia a las víctimas del país.
El conflicto armado no solo se vive en las regiones del país, en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, sus estudiantes son prueba de que aún hay muchas historias de resistencia y reconciliación por contar en este capítulo de violencia que no logramos cerrar como nación.