Ilustración por: Andrés Cruz / @CruzoDesign
En el Cementerio del Sur los rezos, costumbres y tradiciones que se tienen frente a los cuerpos en condición de no identificados conforman parte de lo que representa este lugar para Bogotá e incluso para Colombia. Allí los cuerpos, o restos ocios, que posan sin ser identificados y entregados a sus familias, son rebautizados en muerte, los marcan con dos letras en mayúsculas y juntas: NN.
Puede ser obvio, pero no puede pasar por desapercibido que a los cuerpos mal llamados NN no sé les conocen su nombre, su lugar de origen, los gustos, costumbres, ideas, sueños y pensamientos que habían en ese ser humano. A estos cuerpos se les tacha su pasado.
Entre estas historias estuvo la vida de Ana Rosa Castiblanco desde 1985 hasta el 2000.
¿Quién era Ana Rosa?:
Ana Rosa Castiblanco era una mujer baja, crespa, de test blanca y con ojos café claros. Sencilla, alegre, trabajadora y muy buena hija y madre. Desde muy joven era amante de las fiestas, junto a sus hermanas Inés y Carmen pero, aun así, su personalidad era poco amigable y más bien reservada con los demás.
Ana Rosa, quién poco estaba informada sobre la política o la situación del país, fue desaparecida en el holocausto del Palacio de Justicia. Su historia poco se ha podido conocer y el país la reconoció por 15 años como desaparecida, pero paralelamente, su cuerpo estuvo por ese periodo de búsqueda en el Cementerio del Sur en condición de no identificada.
Ana Rosa tenía 7 hermanos: Carlos, Clara, quienes nacieron en Guateque; Carmen, Ana, Inés, Flor, de Anolaima; y finalmente, Manuel, quién nació en Sibaté; municipio donde se radicó su mamá cuando su esposo falleció. Junto a ellos y a sus papás vivió su infancia y adolescencia; unos años en Anolaima y luego en Sibaté, ambos municipios de Cundinamarca.
El cambio de residencia entre los municipios ocurre cuando el papá de Ana Rosa, quien trabajó en Eternil, empresa que fabrica tubos y otros objetos de plástico, se pensionó a los 25 años y logró comprar una casa en Sibaté. Sin embargo, ‘el rancho’ en Anolaima, como reconoce Inés el lugar que marcó su infancia y la de Ana Rosa, se mantuvo para la familia por unos años más.
“Mi papá era de Nuevo Colón y mi mamá de Guateque, no sé cómo fueron a dar inicialmente a Anolaima, pero seguro fue por todo lo que recorría mi papá en los municipios, seguro pudo comprar el rancho en Anolaima y sin pensarlo dos veces se fue con mi mamá, Carlos y Clara”, recuerda Inés.
Inés era la hermana más cercana a Ana Rosa. En la infancia las dos jugaban en el campo, recolectaban café, papa, alverja, cebada; pescaban e iban a clases en el colegio El General Santander. En la adolescencia, el recuerdo más presente eran las múltiples fiestas que solían compartir.
Cuando Ana Rosa cumplió 18 años, siguió los pasos de sus hermanos mayores y se trasladó a Bogotá en busca de oportunidades laborales. En la capital trabajó y siempre estuvo ayudando económicamente a su mamá.
“Para mi mamá fue muy duro cuando muere Carlos (hijo mayor) en 1988, en un accidente de tránsito. Él murió seguido que pasará lo de Ana Rosa con el Palacio de Justica (…) Y no era solo el dolor sentimental, también había una preocupación económica porque eran ellos dos quienes la ayudaban demasiado (…) Además, entre la desaparición de Ana Rosa y la muerte de Carlos, mi papá también muere”, recuerda Inés.
“Mi papá murió a los 3 meses (de la toma del Palacio de Justicia), no sé si de pena moral por la angustia de la desaparición de mi hermana, o ella se lo llevó, o no sé, pero él falleció”, afirma Inés.
Cuando el M-19 entró al Palacio de Justicia, Ana Rosa estaba cumpliendo su turno de trabajo en la cafetería. Llevaba menos de un año y poco conocía a los magistrados o personas que podían tener algún reconocimiento público. Sus planes eran trabajar, ahorrar, comprar una casa, independizarse y velar por sus hijos. Mientras cumplía todas sus obligaciones laborales, en su cuerpo se gestaba un hijo que ya tenía 7 meses.
En la ausencia de Ana Rosa, Inés sigue siendo la hermana más cercana, pues ha sido ella quien ha liderado el proceso de búsqueda de verdad, justicia y reparación para su familia.
“Los ojos de ella era Raúl. Ella conoció acá en Bogotá a un muchacho y tuvo a Raúl, su hijo, él ya tiene ahora 40 años (…). Sus otros ojos era lo que estaba esperando, su nuevo bebé”, afirma Inés.
En 1985 Ana Rosa no era solo la madre de Raúl y el hijo del vientre. Cuando tenía 18 años y llegó a Bogotá a trabajar, conoció a un señor con el que quedó embarazada de una niña. Sin embargo, Ana Rosa no se sentía preparada para ser mamá y en una visita que realizó a Sibaté, una vecina de toda la vida le pidió que le dejará a su cuidado a la niña. Inés recuerda que jamás ha podido olvidar que Ana Rosa aceptó dicha petición y le entregó su hija aun siendo muy pequeña.
Claudia Mercedes fue el nombre que recibió la hija de Ana Rosa por parte de sus padres adoptivos, pero el nombre que le había dado Ana Rosa era Esmeralda, seguramente por sus ojos verdes. Inés recuerda que, si hubo una razón para tomar esa decisión, era la situación económica que pasaba Ana Rosa con 18 años.
“Yo no recuerdo bien, pero siempre he escuchado de mi hermana mayor que ellos estaban muy mal económicamente y solían aguantar hambre, mientras que la mamá que adoptó la niña no tenía hijos y siempre había querido tener hijos (…)”, afirma Inés.
Por eso cuando Ana Rosa desaparece, su familia, y especialmente Inés, nombra a Raúl como su único hijo. Claudia se reencuentra con la familia de su mamá biológica cuando Ana Rosa ya estaba desaparecida. Todo porque la mamá de Ana Rosa, ante la muerte de su esposo decide vender la casa en Anolaima e irse a vivir definitivamente a Sibaté. Ante la venta, ella debía repartir las partes a su familia y es ahí cuando aparece Claudia.
Ser N.N:
Inés recuerda que recién llegados todos los hermanos a Bogotá, cada uno empezó a hacer sus propias familias y a vivir más independientes los unos de los otros. Sin embargo, su relación con Ana Rosa siempre se mantuvo fuerte.
Seguramente, por esta razón, Inés al escuchar en radio las primeras noticias de la toma del Palacio de Justicia, salió corriendo al centro a tratar de tener alguna información sobre su hermana, pero esto no fue posible. Solo hasta el año 2000, la Fiscalía le comunicó a la familia de Ana Rosa, que el cuerpo de su ser querido había estado por 15 años en la fosa común del Cementerio del Sur.
Por 15 años, los visitantes que acostumbran a visitar el Cementerio del Sur ubicado en el barrio Matatigres, sin saberlo, estaban cumpliendo la necesidad de la familia de Ana Rosa, acompañar a su ser querido.
El desorden, el caos, la poca voluntad, y las muchas preguntas que aún siguen sin responderse frente al actuar de las instituciones del Estado fueron cómplices para que Inés, junto a sus hermanos, sobrinos y papás, hayan tenido que llevar su vida con la incertidumbre de no saber dónde estaba su hermana durante 15 años.
Y aunque para el año 2000 la familia tuvo la primera entrega del cuerpo de su familiar, solo hasta 2017, después de que la Corte Internacional declarará la toma del Palacio de Justicia el 6 y 7 de noviembre de 1985 como un crimen de Estado, los rastros de Ana Rosa pudieron ser rectificados y acreditados a su familia.
Su cuerpo estuvo durante 15 años dentro de una fosa común, pero nunca dejó de ser Ana Rosa, la hermana, la mamá e hija que tanto querían y hoy extrañan en su hogar.