“Se debe luchar no solo contra la desaparición forzada de personas, sino contra la impunidad
y contra el olvido: si los olvidan, si los olvidamos, mueren”, Informe ‘Hasta encontrarlos (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016)
El Cementerio del Sur. Un lugar dentro de la ciudad que reúne en sus tumbas rastros de lo que ha sido el conflicto armado colombiano. Cuerpos sin identificación que han sido testigos directos de la guerra. “Almas olvidadas” que nos recuerdan la importancia de construir memoria en este país.
De lo lúgubre a lo festivo
Es lunes y el Cementerio del Sur se prepara para recibir a decenas de devotos que desde la mañana se acercan al lugar con velas en mano, peticiones escritas en hojas de cuaderno, rosarios y novenarios. Es el día de las benditas almas del purgatorio y se cree que aquellas almas de esos cuerpos sin nombres, esas a quiénes varios visitantes llaman “almas olvidadas”, son las más agradecidas por estos rezos y visitas.
Desde las ocho de la mañana, los creyentes inician la fila del ingreso en la en la Av. Calle 27 Sur–37- 83 del barrio Matatigres de Bogotá y aunque se trata de un cementerio, el ambiente que puede percibirse reemplaza lo lúgubre y triste por lo festivo y popular. Desde antes de atravesar esas rejas blancas de la fachada triangular de ladrillo con una cruz en el medio, inicia toda una experiencia cultural.
Los puestos ambulantes en la entrada con todo tipo de comidas que ofrecer (paquetes, helados, dulces y hasta rellena con gaseosa) contrastan con los puestos de varios ‘Sacerdotes diarios de Jesús’ que ofrecen diferentes servicios religiosos. También los visitantes pueden comprar todo tipo de escapularios, imágenes y velas de diferentes colores que se consumen mientras leen la oración del día que indica el novenario.
La arquitectura de este camposanto no es diferente de a la imagen visual que usualmente viene a la mente de las personas al hablar de cementerios: diferentes pabellones blancos con filas y columnas de lápidas con flores, pasillos, árboles y una capilla con poca luz que evoca la tristeza de lo fúnebre. Sin embargo, el panorama cambia al acercarse al pabellón del fondo a la derecha, en el que se encuentran alrededor de 703 tumbas de cuerpos no identificados.
¿Almas olvidadas y testigos directos del conflicto?
El Cementerio del Sur ha sido uno de los camposantos más frecuentados para buscar rastros de desaparecidos por el conflicto armado en Colombia. A partir de diferentes investigaciones desde la antropología forense se han podido identificar nombres de algunos de estos cuerpos.
Así lo documenta el artículo ‘Las pistas de desaparecidos que resguarda el Cementerio del Sur en Bogotá’, escrito por Vanessa Cardona Pérez en el que presenta el trabajo realizado por antropólogos, de la Universidad Nacional de Colombia, en este cementerio.
“En esta etapa de posacuerdo los camposantos se convierten en lugares estratégicos para iniciar la búsqueda, ubicación, identificación y entrega digna de los restos de las personas dadas por desaparecidas, tal y como se estableció en el Acuerdo Final de Paz firmado entre las FARC-EP y el Gobierno”, recoge el documento.
La labor de búsqueda de estos cadáveres enfrenta diversas complicaciones. Estas vienen desde la cadena de documentación realizada por los profesionales o encargados del registro del cuerpo, hasta la falta de documentación de los cementerios; teniendo en cuenta que fue hasta 2009 que el Ministerio de Salud y Protección Social reglamentaron la prestación de los servicios de cementerios, inhumación, exhumación y cremación de cadáveres.
Estas fracturas en los procesos de documentación sobre los cuerpos dificultan su ubicación e identificación. Sin mencionar que en algunos casos los funcionarios administrativos encargados no dan un manejo adecuado a la información obstaculizando la búsqueda. Cabe resaltar que, en la investigación realizada en el Cementerio del Sur, los antropólogos identificaron hasta 25 individuos sepultados en una misma bóveda, lo cual complica aún más su identificación y evidencia un mal manejo de estos restos.
Si bien no todos los cuerpos en condición de no identificación son cadáveres que ha dejado el conflicto armado, las cifras dadas en determinados acontecimientos socio históricos del país permiten evidenciar la relación de estos cuerpos con el flagelo de la desaparición forzada específicamente.
En 2018, el entonces director del Instituto Nacional de Medicina Legal, Carlos Valdéz afirmó que: “en los cementerios de Colombia habría por lo menos 200 mil personas sin identificar, 85 mil de ellas dadas como desaparecidas, de las cuales por lo menos 25 mil serían víctimas forzadas de este flagelo”.
En este sentido, Giarolli Serna Pardo presenta en su tesis de maestría: ‘¿Destinados a desaparecer? Aportes para la arqueología forense en Colombia’ de la Universidad Nacional un panorama de la situación en la que se encuentran los cuerpos no identificados en el país. “Potenciales víctimas de desaparición forzada se han ido acumulando en los cementerios a la espera que instituciones o personas se preocupen por ellas, mientras tanto ocupan tumbas, bóvedas y osarios, la mayoría de las veces sin demarcaciones ni registros asociados al fallecimiento, las condiciones del hallazgo o la inhumación”, afirma.
Sin embargo, son muchas las familias colombianas que han emprendido una ardua búsqueda de sus seres queridos. Durante años han luchado por encontrar respuestas y por entender las duras realidades de la guerra que les han arrebatado el derecho a la verdad y a la vida. La realidad de estos mal llamados N.N sigue estando presente en diferentes cementerios del país.
La memoria de lo fúnebre
Estas tumbas, no tienen tantas flores como las demás y en las inscripciones de las lápidas sólo puede leerse las palabras: N.N femenino o masculino, pues es lo poco que se sabe de estos cuerpos sin identificar. El deterioro de las lápidas y las moscas rondando son los elementos propios de estos pabellones.
En palabras de Gonzálo Correal, arquitecto, máster en restauración arquitectónica y planificación urbana y regional “el cementerio es el lugar del deterioro, es el fin último. Por eso algunos de una u otra manera le temen, porque es una carga cultural que nos hemos echado encima. Lejos de ser una fiesta por más de que haya mariachi, el sentimiento aquí es melancólico, es el de la nostalgia, es el del grito desgarrador. Es entonces el carácter bucólico de la ruina.
Desde la arquitectura, cada espacio en los cementerios tiene diferentes elementos que narran y que constituyen representaciones ideológicas o simbólicas de asociación común. La iluminación, los árboles, los pasillos y las lápidas inducen sentimientos y emociones propios del duelo y la tristeza, que se contrastan con lo pacifico, lo religioso y lo espiritual.
Estas expresiones dan cuenta de la cultura colombiana y de la forma particular en la que se asume el duelo y el recuerdo de quienes ya no están y varían según la zona y todo el contexto cultural que rodea a este lugar. En el sur, por ejemplo, este camposanto está ubicado en una zona comercial con mucha presencia peatonal. Los fines de semana es habitual ver a las familias ingresar después de la ciclovía con niños, bicicletas y paquetes de papas y gaseosas en las manos a visitar a sus seres queridos y llevarles serenatas de mariachis en las fechas especiales.
Es curioso observar las dinámicas rituales en esta parte de la ciudad, que seguramente varían considerablemente con respecto a las del norte. Sin ánimo de polarizar estas dinámicas en buenas o malas; mejores o peores, sí es importante aclarar que son diferentes y que aportan a los matices propios de la concepción de lo que es la muerte en Colombia y a la naturalización de la misma en el marco de lo que ha sido nuestra guerra en las últimas seis décadas.
Impacta ver como se ha naturalizado el hecho de recibir semanalmente nuevos cuerpos sin identificar, de los que solo se conoce que murieron de forma violenta. Después de recorrer alrededor de 703 tumbas de estos cuerpos es imposible no reflexionar sobre la importancia de reconstruir la memoria en nuestro país, sobre el derecho que tienen esas familias de procesar su duelo y descansar de esa búsqueda que parece no acabar.
Al hablar de memoria, ¿Deberíamos olvidar esta parte de la historia o estos cuerpos sin nombre nos recuerdan los hechos que no deben repetirse?