El conflicto armado colombiano suele asociarse netamente con el área rural, con esos territorios sin presencia de estado, esas áreas campesinas alejadas de los centros urbanos en las que operan los grupos guerrilleros y paramilitares con más fuerza. Aunque esta es una realidad evidente en nuestros más de 60 años de conflicto, también hay una contraparte que necesita visibilizarse para comprender las dinámicas de la guerra. La migración del conflicto a las ciudades y a los núcleos sociales propios de las nuevas generaciones como las universidades.
Esta migración se remonta a los años 70 como lo narra Mauricio Archila, historiador, investigador y docente de la Universidad Nacional de Colombia cuando afirma: “Durante y al final del Frente Nacional, va a haber un auge de luchas muy fuertes en el 71, luego en el 75 y 76. Eso se da en paralelo con el auge de las guerrillas, especialmente el M-19, que va a tener mucho impacto en las universidades. Hasta ese momento las guerrillas eran básicamente rurales, pero al traerse el conflicto a las ciudades, también las universidades terminan siendo cada vez más escenario del conflicto armado”.
Si bien las instituciones de educación superior en Colombia han sido impactadas con la guerra, este fenómeno no se ha experimentado de forma uniforme o generalizada. La Universidad Nacional de Colombia, al ser una universidad pública no ha sido ajena a estos escenarios. Desde sus espacios físicos, sus personajes y sus formas de resistencia la Nacho ha sido testigo y protagonista de diferentes luchas y acciones en el marco del conflicto armado.
Historias como la de Manuel, quien en el año 2000 formó parte del Partido Comunista Clandestino (PC3), movimiento político de la guerrilla Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) y Esperanza, a quién le desaparecieron a su papá durante el conflicto armado colombiano: son muestra de estos contrastes. El texto “Esperanza y Manuel, dos verdades de la guerra en la Universidad Nacional” da voz a estas historias y evidencia diferentes matices del conflicto en el que actores implicados en la guerra recorren y han recorrido los mismos pasillos de este centro académico.
Todo en esta universidad tiene un significado y los espacios físicos no son la excepción. Un ejemplo legible es ‘Una Plaza en la Ciudad Blanca’, una investigación que presenta la Plaza Che, como el corazón de la Nacional y el escenario en el que convergen las luchas de los diferentes movimientos estudiantiles, las formaciones de los encapuchados y muchas de las marchas más grandes del país.
Por otra parte, también hay ejemplos de reconciliación, resistencia, resiliencia y construcción de paz en esta institución que vale la pena visibilizar. Son muchas las historias de estudiantes y/o docentes que a partir de sus vivencias propias han liderado procesos artísticos para hacer frente a los capítulos de la guerra.Este es el caso de Juan David Vargas, quien lo hace con música, o Emma Rojas desde el teatro, o Astergio Indalecio Pinto desde la danza. Testimonios que podrán encontrar en el texto ‘¡La Nacho resiste! Arte para la memoria’.
Reflexionar sobre cómo se evidencia el conflicto en otros escenario más allá de lo rural permite generar una mayor empatía y reconocimiento de esas voces que aunque están a nuestro lado, en nuestros contextos y en nuestros círculos sociales, muchas veces son ignoradas o pasan desapercibidas.
En especial cuando algunas veces nos hemos sumergido en nuestra cotidianidad, ignorando los distintos fenómenos sociales, políticos y de guerra que han pasado en Colombia. Fenómenos que por reiterados años han generado dolor a la población. El imaginario de que la guerra no sucede en la ciudad, menos en Bogotá, la capital, debe olvidarse.
El conflicto armado parte de una hipótesis de lugar, tiempo y actores que ha nublado la reflexión en las ciudades sobre cuántas personas con las que interactuamos constantemente han tenido que soportar algún capítulo de violencia. Pensar en conflicto armado no es solo pensar en regiones, dirigirse a la guerra implica pensar en todos los colombianos, porque de alguna forma, todos podemos aportar a la construcción de una sociedad en la que los capítulos de guerra se logren cerrar definitivamente.
Los actores y las víctimas en la guerra han sido tantos que es necesario reconstruir la memoria de este capítulo en la historia colombiana a partir de diferentes miradas y verdades. Dando voz a quienes se les ha impuesto el silencio por años, siendo ese puente entre esas historias que merecen ser contadas y aportando a la construcción de paz y democracia. Esa es una de las banderas más grandes de Construyendo Democracia, Maestro.