Hablar de teatro es hablar del devenir, de las desavenencias y de la tragedia humana. Por siglos los hombres y las mujeres han encontrado en las tablas el consuelo y la llave para la expiación de sus angustias, un recurso que les brinde consuelo y les permita limpiar su espíritu de la descomposición de los mortales.
El conflicto armado colombiano ha sido por años el anfitrión de miles de desgracias, que de manera corrosiva han causado sufrimiento y desdicha en todos aquellos que han tenido el infortunio de topársela en sus caminos. El conflicto se convierte entonces en una enfermedad nociva que debe ser sanada de cuerpos que manifiestan a gritos ser curados. Es ahí cuando el teatro hace su gran entrada.
En los altos Andes de Colombia, entre el frío, la lluvia y los paisajes altivos llenos de color verde, se encuentra el páramo más grande del mundo, un páramo imponente, majestuoso, cargado de vida e historias escondidas: El páramo del Sumapaz.
Para muchos, este territorio, además de ser un ecosistema increíblemente amplio y variado, fue y será un testigo y protagonista directo de la tragedia del conflicto armado. Es un espacio estratégico para la guerra, el Sumapaz vivió en carne propia la violencia y la crueldad de los hombres.
Las frailejonas: Teatro sumapaceño
Entre la espesura de la naturaleza y la inmensidad del nublado páramo, se encuentra la vereda Taquecitos, un lugar pequeño y apartado que alberga en su interior a doña Rosalba Rojas Torres y a Martha Cabrera Arce, dos mujeres campesinas que encontraron en el teatro una herramienta que les dio el coraje para decir lo que por muchos años decidieron mantener en silencio.
A través del grupo de teatro ‘Las Frailejonas’ Rosalba y Martha, en compañía de un gran grupo de mujeres sumapaceñas, buscan narrar sus historias y apostar por la construcción de la paz y la reconciliación integral de todos los miembros de esta comunidad. Una comunidad que como muchas otras del páramo ha tenido que sufrir la fatalidad de la guerra.
“Las frailejonas nacieron hace más o menos 12 años, cuando empezaron a llegar proyectos a la localidad de manualidades, telares, danza, música y teatro, esto pensando en los derechos de las mujeres campesinas a las que nos toca muy duro, nos toca trabajar muy duro, levantarnos desde las cinco de la mañana a cocinar, ordeñar, lavar, hacer todo. Este grupo es para poner un granito de arena que contribuya a la paz que estamos esperando con esperanza a ver si algún día llega a nuestro territorio”, comenta doña Rosalba.
El frailejón es la planta representativa y simbólica del Sumapaz (Insertar link de Gritos), su importancia para la vida y su función como recolector de agua lo hacen un patrimonio natural que reposa por cientos de años en las montañas grises del Páramo; por eso, no es de extrañar que este grupo lleve su nombre para honrar a tan sublime forma de vida.
Este grupo empírico, conformado en su totalidad por mujeres campesinas, se abrió un camino en el mundo del arte a pesar de las críticas y los juicios deliberados por parte de algunos vecinos de la vereda. Rosalba nos cuenta que “hay grupos de hombres que tocan la guitarra y bien, pero a nosotras nos ven como ¿esas señoras qué hacen allá?, ¿luego no son las que cocinan las papas pa’ lo obreros?, ¿cómo así que nos van a poner a mirar estas viejas? que seguramente no tienen nada que hacer”.
Aunque el trayecto ha sido borrascoso, estas incansables mujeres han logrado que el eco de sus voces sea escuchado más allá de las gigantescas montañas que rodean el páramo y llegue a oídos que jamás pensaron que llegaría.
Este grupo de teatro sumapaceño ha tenido la oportunidad de presentar sus obras en eventos culturales, homenajes a las víctimas del conflicto armado e incluso han tenido la oportunidad de aparecer en medios nacionales de gran influencia como RTVC y entidades nacionales como Idartes y Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte.
Una de sus obras más reconocidas es ‘Doña Encarnación y el Último Frailejón’ que toca temas importantes del contexto nacional y local como lo son el desplazamiento, destrucción del medio ambiente y explotación del patrimonio colombiano.
Doña Encarnación protagonizada por Rosalba Rojas llevará al espectador por una historia de enemistad, destrucción, pero también solidaridad, amor, y legítima preocupación por el páramo, mientras el último frailejón, protagonizado por Martha Cabrera, se refugia lejos de las manos letales y dañinas de los hombres que buscan su exterminio.
Esta obra “significa respetar nuestra tierra, nuestro origen, nuestros árboles, todo el ser humano no tiene esa conciencia al botar basura en nuestro páramo, que eso se nos devuelve porque es la vida de nosotros”, afirma Martha.
El teatro ha acompañado el diario vivir de estas campesinas que han demostrado que son completamente capaces de crear arte y resistir al conflicto a través de sus historias. En este sentido, no podemos omitir las historias de estas mujeres valientes y luchadoras.
Rosalba Rojas: Doña Encarnación
Doña Rosalba esconde sus manos debajo de la ruana para evitar el frío y porta una gorra que la cubre de la llovizna pero con su sonrisa afectiva transforma el lugar en un ambiente cálido.
Esta mujer campesina ha vivido en la localidad de Sumapaz, corregimiento Nazareth, vereda Taquecitos desde hace 55 años. Para ella el páramo es y será por siempre su hogar y el sitio al que pertenece.
Doña Rosalba fue una de las primeras mujeres en consolidar a ‘Las Frailejonas’, su experiencia de vida, su amor por la escritura y la admiración por la actuación la llevaron a tomar la iniciativa de poner en un solo grupo a niñas, adolescentes, adultas y mujeres de la tercera edad para que con ayuda del teatro pudieran contar sus historias y como lo dice doña Rosalba “poner su granito de arena para la paz”
“El grupo nos ha enseñado que tenemos que respetar las diferencias, que todos no pensamos igual, nos ha enseñado muchas cosas y ahí estamos, aunque sea a conocernos nosotras mismas, nos hemos podido entender…Nos hemos reído de nosotras mismas, hemos discutido, como nada es perfecto, pero en forma muy sana para ponernos de acuerdo, nos ha servido para nuestra convivencia que es lo importante, tenemos que encontrar la paz dentro de nosotras”, comenta Rosalba.
Para esta mujer campesina la vida no ha sido fácil, lleva consigo las secuelas de la guerra y recuerda con melancolía todas aquellas veces que tuvo que enfrentarse directa o indirectamente con el conflicto armado.
“Uno tuvo una adolescencia un poquito dura, por la situación del conflicto que si usted habló con aquellos y que si habló con los otros, entonces uno solo iba con la voluntad de Dios porque sí sufrimos bastantes cosas. En Sumapaz yo creo que no hubo una persona que no vio o sufrió alguna violencia con los conflictos armados. Es que si entendiéramos qué es liberal, qué es conservador y qué es comunista, pero se ponen a hacer es un concurso a ver cuál gana, es mejor las ideas y respetar las diferencias yo creo que así estaríamos mejor”, nos cuenta Doña Rosalba.
Martha Cabrera: El último frailejón
Martha es tímida pero conversadora, evita el contacto visual pero su rostro siempre dirige su atención hacia quién le habla. Sus cachetes son rojos por el frío y su rostro pálido muestra una gran calidez cuando sonríe.
El último frailejón aún hace parte de la esencia de esta madre soltera. Entre las cosas de su hogar se encuentra guardado una caja, de donde saca el traje que usó para la representación de este papel en la obra y el que conserva intacto, limpio y con la reminiscencia de un momento importante en su vida como actriz de teatro.
Aunque el teatro ha fortalecido en Martha la confianza en sí misma y la sororidad con sus compañeras, en ella aún reposan muchas heridas y recuerdos que son difíciles de soltar, pero tiene fe que en el arte encontrará la paz y la tranquilidad que siempre ha esperado.
Martha afirma que “no es fácil uno decir eso lo va a olvidar, siempre lo tiene uno aquí y siempre los recuerdos malos no se olvidan, pero el teatro lo distrae, se olvida el pasado y uno comienza a volar como un pájaro, yo quiero sacar de mi mente todo lo que viví y quiero ser otra vez alegre y vivir una vida mejor. El teatro me enseñó muchas cosas, hablar con alguien, que lo escuchen a uno, sentir que usted sí existe”
Al igual que miles de personas en el país, Martha fue desplazada de su tierra y por “cosas del destino” hizo del páramo su residencia permanente, y aunque sea frío, se siente orgullosa de vivir en aquellos paisajes de ensueño.
“Yo nunca dije que era desplazada por el miedo que hicieran algo o se burlaran y la obra de teatro si le enseña a uno a expresarse, a decir: ¡aquí estoy! Me ha servido mucho. Y por eso digo que el día que yo me vaya me va a dar mucha pena porque este páramo me enseñó a ser berraca”, concluye Martha.
El páramo alberga entre sus frailejones y el frío a personas como Martha y Rosalba, dos mujeres campesinas echadas pa’ lante que encontraron la forma más onírica de resistir al conflicto. Encontraron en las tablas la respuesta a sus plegarias, el alivio de sus males, el consuelo a su memoria y la oportunidad de ver a Sumapaz rebosada de paz y reconciliación.
Nota de Pacho:
Cómo no recordar con el corazón en la mano ese viaje al páramo… Gracias por escribirlo, Lau. La mejor energía. Es fácil, y bueno de leer, y muy conciso.